Texto y fotos de Salvador González Escovar.

Desde la zona cercana a Los Azulejos, en la carretera que une Mogán con La Aldea de San Nicolás, sube un sendero señalizado ganando rápidamente altura sobre la cabecera del Barranco de Veneguera. Mientras ascendemos impresionan los verticales riscos que nos rodean junto al matiz verdoso, pálido y ocre de la parte baja de los Andenes de Veneguera, justo encima de la citada carretera.

Los Azulejos son fruto de erupciones hidromagmáticas, es decir, que estas tonalidades son consecuencia de la mezcla del magma de una erupción volcánica que interactuó con corrientes subterráneas de agua. Se trata, por tanto, de afloramientos de alteración hidrotermal, los cuales establecen una clara discordancia entre las mismas y marcan el borde la vieja Caldera de Tejeda.

 

Más arriba, después de pasar por la zona de los famosos charcos repartidos escalonadamente entre salto y salto a través del abrupto paisaje, la senda se encamina hacia el cauce del Barranco de La Manta, una vertiginosa barranquera de corto recorrido que surge de la vertiente sur del Pinar de Ojeda, al que poco a poco nos vamos aproximando, concretamente a la zona de Los Quemados. Según ganamos altitud van asomando algunas montañas que coronan el Macizo de Inagua, como la Montaña de Ojeda, por la cual pasaremos más adelante. También el Roque Pernal en sentido opuesto, hacia oriente. Mirando al sur vamos superando en altura las recortadas crestas del Macizo del Suroeste, con la espigada Montaña Adlobas como punto destacable, las cuales forman la divisoria entre los barrancos de Tasarte y el abierto más hacia el oeste, el de Tasartico, ambos aún poco reseñables desde aquí.

Nos acompañan, en cuanto a la vegetación, tajinastes blancos y negros, tabaibas, verodes, vinagreras, jaguarzos, bejeques, matos de risco, cornicales, balos, damas…y tristemente también las plantas invasoras rabos de gato, especialmente en la primera parte del recorrido, la más cercana a la calzada. A mayor altitud se unen al marco vegetal pinos, jaras y escobones, ocultando en algunos puntos el trazado a seguir, a la vez que desciende la inclinación del sendero, ya cerca del cauce del barranquillo.

Poco más arriba enlazamos con la pista forestal que se dirige al aula de la naturaleza de Inagua y la seguimos en esa dirección; dejamos atrás esa construcción sumamente aislada y seguimos avanzando por la pista, ahora en ascenso más pronunciado, hasta encontrar un sendero que diverge a la izquierda de la pista, el cual permite acortar y atajar un tramo del recorrido. Una vez nuevamente en la pista seguimos subiendo, mientras vamos apreciando la mole de la Montaña de Tauro emergiendo más allá de este inmenso pinar, coronando una de las vertientes del profundo y alargado Barranco de Mogán. Al poco rato alcanzamos la Degollada de Las Brujas, un collado que ya permite divisar entre pinos parte de la fachada norte del Macizo de Inagua y Ojeda. En este punto hay varias opciones de continuar el recorrido según donde queramos ir, pero nuestro destino se encuentra a una altura algo mayor y más hacia el extremo oeste de este dilatado macizo.

Abandonamos la pista y seguimos unos mojones que marcan por ambos lados un difuso sendero que asciende durante un corto trayecto hacia la extensa y amesetada cima de la Montaña de Ojeda.

El primer gran éxtasis visual y emocional del pateo nos invade completamente al asomarnos al precipicio abierto sobre los Andenes de Tasarte, derrumbados bajo la vertiente suroeste de la Montaña de Ojeda, formando un espectacular hachazo en la corteza terrestre que entrecorta y acelera el aliento y el ritmo cardiaco, aunque ya hayamos dejado de subir cuestas por el momento. Parece que todo el desnivel acumulado paulatinamente, paso a paso, metro a metro, durante la subida, se libera repentina, virtualmente y de golpe en un abismo grandioso, colosal, abrumador y pavoroso, arrastrando con ello nuestros alucinados sentidos y pensamientos, enfilándose nuestra mirada verticalmente hasta encontrar la lejana referencia de la carretera en la que empezó todo esto, aunque fuera en un punto diferente de la misma.

El Barranco de Tasarte queda a nuestros pies, como si estuviéramos justo en el lugar de su nacimiento divisando su perfil hasta la desembocadura en el suroeste insular. La Montaña Adlobas adquiere desde aquí su silueta piramidal más llamativa y fotogénica, pero permanece empequeñecida ante nosotros debido a la altura que hemos alcanzado. Algo más al oeste se distingue la Montaña Horgazales, en el Macizo de Guiguí, oculta parcialmente por el paredón que asciende hasta la cúspide de la Montaña de Los Hornos o de Inagua, que además se encuentra a poca distancia de este extraordinario mirador natural de la Montaña de Ojeda.

Dejando escapar la mirada a través del extenso pinar que nos invade hacia la zona central de la isla se divisan las cumbres insulares de El Campanario, el Pico de Las Nieves y el Roque de La Agujereada; en un plano más corto se eleva la mole de la Montaña de Las Monjas y detrás la Montaña Alsándara, la cota máxima del Macizo de Inagua, Ojeda y Pajonales con 1.580 m.s.n.m.

El tramo del sendero que nos queda para alcanzar la postrera y más occidental cumbre de la Montaña de Inagua está poco marcado pero la escasa elevación de esa cima con respecto a la de Ojeda hace poco dificultoso este último trayecto senderista. En la cumbre de la Montaña de Los Hornos (1.426 m.s.n.m.) existe un vértice geodésico y el pinar que nos rodea no permite disfrutar del vacío espacial de la Montaña de Ojeda, pero contemplamos en mayor medida las cumbres del Macizo de Guiguí, sobresaliendo de la verde arboleda que tenemos delante, en el declive de la montaña hacia el oeste.

Mirando hacia el otro lado, la Montaña de Altavista se alza en al vertiente opuesta del Barranco de La Aldea, desagüe natural de la Cuenca de Tejeda, y detrás de esa atalaya destacan el frondoso Macizo de Tamadaba, asomando también la cima del Roque Faneque en el extremo de la prolongación de Tamadaba hacia el noroeste insular. Hacia la zona central de la isla el lejano Roque Nublo parece erguirse sobre la más cercana Montaña de Alsándara.

La cima de la Montaña de Inagua es un punto solitario y mágico, una de las fronteras naturales más entrañables de Gran Canaria; se percibe el silencio solo roto por el rumor del aire leve de las cumbres en contacto con las ramas de los pinos.

Además de divisar las montañas comentadas anteriormente, como Horgazales y El Cedro, sobresaliendo del siempre verde dosel arbóreo, desde esa postrera cumbre de este grandioso pinar puede contemplarse gran parte de esta hilera de cumbres del resto de este macizo que se alarga hasta el centro de la isla, amplia panorámica en la que el solitario Cortijo de Inagua, localizado en la ladera norte de estas montañas, y en medio de tanta naturaleza virgen, forma una referencia de lejana y ancestral humanidad que acrecienta la sensación virginal, salvaje, de aislamiento y de soledad impuesta por el pinar más extenso y maduro de la isla.

207425_149867298412297_3681924_nTexto y fotos de Salvador González Escovar.

Esta ruta patea el corazón de la reserva Natural Integral de Inagua. Desde las inmediaciones de la presa de Las Niñas se asciende, siempre por pinar canario, hasta la Cruz de Las Huesitas, punto notable localizado en la lomada del macizo y cercano al vistoso Morro de Pajonales, desde donde se disfruta de espectaculares vistas, no solo de la vertiente sur de estas montañas, sino también de la ladera norte, especialmente de los verticales cortados del Barranco de Los Cofres y del vecino y espigado Roque Palmés, además de los escarpes de la Caldera de Tejeda como Moriscos y Altavista que encierran esta gran depresión por el otro extremo de la misma.

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Posteriormente el sendero crestea hacia poniente, subiendo por la ladera sur de la siguiente elevación destacada, el Morro de La Negra, con vistas cada vez más panorámicas de la parte oriental del macizo, que desde la zona central de la isla, en el Aserrador, se alarga hasta el oeste precipitándose finalmente sobre el Valle de La Aldea.

La vista se recrea en el Morro de Pajonales, rodeado por el pinar del mismo nombre, y encima de ese domo, que por su forma recuerda a un roque del lejano oeste americano, va asomando el Roque Nublo y detrás de él, las cumbres insulares del Pico de Las Nieves, La Agujereada y el Campanario según seguimos ganando altura.

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Desde la línea cumbrera por la que transitamos se dominan ambas vertientes del macizo, al sur, más allá de los extensos pinares que dan nombre a la Cañada del Escobón o al Morro del Peladero, se hunden en la corteza terrestre los amplios barrancos de Arguineguín y de Mogán, separados por la mole de la Montaña de Tauro, mientras más hacia el oeste empiezan a distinguirse las morras del extremo occidental de este conjunto montañoso como las Montañas de Inagua y de Ojeda, además de los escarpes del Macizo del Suroeste que rodean otros tajos como el de Veneguera.

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La vertiente norte del macizo resulta más agreste, pendiente y salvaje, y también con un menor desarrollo del pinar. Las retinas se entretienen en los pitones como el Roque Palmés y el más lejano Roque Bentayga, que parecen desafiar el abismo, que aguarda parcialmente oculto desde aquí en el Barranco del Juncal, mientras los diseminados caseríos del Juncal y del Toscón ponen una nota de olvidada y ancestral humanidad en esta tempestad petrificada que denominó Unamuno. La planicie de la Mesa de Acusa es el único terreno llano en todo el interior de la Caldera de Tejeda, justo delante de la característica y recortada atalaya de la Montaña de Altavista y también de la redondeada loma del Pico de La Bandera en el pinar de Tamadaba.

Abandonando levemente la vereda y cerca de la base sur del Morro de La Negra existe un mirador natural que ofrece vistas abismales y espectaculares de la vertiente sur del macizo comentadas anteriormente.

11046529_905939016138451_1797529260480875435_nSeguimos avanzando dirección oeste, ladeando la Montaña Solapos de La Carnicería por el norte. Poco después hay un cruce de sendas que permiten, por una parte descender por la vertiente sur de la Montaña Alsándara hacia el Pinar de Ojeda, el Morro del Visadero o la Cañada del Escobón, o por otra, subir a la Montaña Alsándara, el punto más elevado de todo el macizo con 1.569 m.s.n.m., que fue la elección escogida. Para no transitar por la pista forestal que desde la Cruz de Las Huesitas transcurre paralela al sendero recorrido, decidimos acortar trayecto a través de un empinado camino, junto al abismo y bajo los cortados cimeros de la montaña, senda que conduce directamente a la cumbre.

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En la solitaria cumbre de Alsándara, junto a una pequeña caseta de telecomunicaciones y a un vértice geodésico, nos recreamos durante bastante tiempo en las magníficas vistas que nos rodean ya comentadas anteriormente, pero ahora el factor altitud aumenta la sensación de abismo, agranda las sensaciones paisajísticas y extiende el horizonte visual y emocional. No hay mejor forma de finalizar una ruta que ascender una montaña y las percepciones que ofrece esta destacada y estratégica atalaya son inolvidables.

Desde el punto más altivo, la verdadera dimensión de este inmenso, dilatado y maduro pinar queda al descubierto, abarcando la mirada ambos extremos del macizo, desde El Aserrador, al este, bajo la mole pétrea de la que emerge el Roque Nublo, hasta la Montaña de Inagua en el extremo oeste de esta entrañable, solitaria, grandiosa y salvaje hilera.

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El mundo también existe más allá de este macizo, con los Barrancos de Mogán, la Montaña de Tauro y el Barranco de Arguineguín atrayendo la mirada hacia el sur, además de los puntiagudos escarpes del macizo del Suroeste sobresaliendo de los barrancos de Veneguera y Tasarte, mientras al norte el anfiteatro y el interior de la Caldera de Tejeda permanece parcialmente oculto por el pinar.

Incluso esta montaña nos obsequia con el Teide sobre las nubes, al otro lado del brazo oceánico que nos separa de Tenerife.

EL VISO Y MONTAÑA DE INAGUA

6 noviembre, 2016

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Texto y fotos de Salvador González Escovar.

Este sendero parte de la Degollada de La Aldea, al oeste de Gran Canaria. Se asciende paulatinamente transitando por los andenes de Tasarte, en dirección al Lomo del Viso, que es el saliente montañoso más occidental del Macizo de Inagua, antes de precipitarse abruptamente en el Valle de La Aldea.

Durante el sostenido ascenso, las vistas de los cortados rocosos que se derrumban desde las Montañas de Inagua y Ojeda son imponentes, además de las que ofrece los picos que se elevan en la vertiente opuesta del Barranco de La Aldea, como son Horgazales, Pajaritos y El Cedro, que a su vez limitan el escarpado Macizo de Guigui, escondido más allá de esas montañas.

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La senda aumenta su pendiente al acercarnos al Lomo de El Viso, y una vez en su parte alta puede ser recorrido prácticamente llaneando hasta su extremo oeste, disfrutando de enormes panorámicas de la zona central y oeste de la isla, desde el Roque Nublo hasta Tamadaba y Faneque, y desde La Aldea, justo debajo nuestro, hasta el Macizo del Suroeste, con el piramidal Pico Adlobas despuntando en lo más alto del mismo. A diferencia de la vertiente sur de El Viso, la vertiente norte es mucho más abrupta, salvaje, desolada y salvaje, constituyendo el desagüe natural de la Cuenca de Tejeda con numerosos barrancos laterales, como los de La Inagua, de Siberio o el de Lina. Destacan en ese abismo duro y petrificado, las elevaciones que surgen de su fondo, como las Mesas del Junquillo, de Acusa y la Montaña de Altavista, la cual oculta parcialmente el más dístante Macizo de Tamadaba y la Punta de Faneque.

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Al encontrarnos en el extremo occidental, y a una altura suficiente, del inmenso pinar del Macizo de Inagua, Ojeda y Pajonales, la mirada se alarga hacia oriente siguiendo el cresterío de las Montañas de Inagua, de la doble loma de Las Monjas, ligeramente desplazada al norte, y detrás de ella, asoma parcialmente la Montaña Alsándara, la altura máxima de todo el macizo con 1.583 m.s.n.m.

Retornando hasta el inicio de la Lomada de El Viso, podemos adentrarnos en el pinar de Inagua, subiendo a la principal cima que le da nombre a esta parte del alargado macizo, aumentando la inclinación y estrechándose el sendero.

El desnivel con respecto al punto de partida resulta considerable y las vistas de los barrancos de Tasarte y Tasartico son cada vez más gratificantes, tajos rodeados por puntiagudos y salvajes roques, que contrastan con la domesticación del fondo de los barrancos a base de carreteras, poblaciones e invernaderos.

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Al transitar por la parte alta de estos verticales pasadizos entre andenes se capta el abismo abierto bajo los Andenes de Tasarte, a un paso del vacío de apariencia absoluta, casi en el mismo filo de un precipicio que pocas horas antes fue contemplado desde su base, durante un vuelo visual fugaz y a la vez eterno, que hace que la emoción acumulada durante la subida se libere de golpe, desparramándose verticalmente pendiente abajo, a la misma velocidad que esta esencia vertical de varios cientos de metros en caída libre tarda en apoderarse de las retinas y del resto de los sentidos.

La cima de la Montaña de Inagua, de 1.426 m. de altitud sobre el nivel del mar, es un escarpe solitario y mágico, una de las fronteras naturales más entrañables de Gran Canaria; se percibe el silencio solo roto por el rumor del aire leve de las cumbres en contacto con las ramas de los pinos.

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Además de divisar las montañas comentadas anteriormente, como Horgazales y El Cedro, sobresaliendo del siempre verde dosel arbóreo, desde esa postrera cumbre de este grandioso pinar puede contemplarse gran parte de esta hilera de cumbres del resto del macizo que se alarga hasta el centro de la isla, amplia panorámica en la que el solitario Cortijo de Inagua, localizado en la ladera norte, y en medio de tanta naturaleza virgen, forma una referencia de lejana y ancestral humanidad que acrecienta la sensación virginal, de aislamiento y de soledad impuesta por el pinar más extenso y maduro de la isla.

EL ASERRADOR

5 noviembre, 2016

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Texto y fotos de Salvador González Escovar.

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Esta excursión puede ser comenzada en el recóndito pueblo de Soria, entre riscos, palmerales y junto a la presa del mismo nombre, caserío enclavado en el tramo alto del Barranco de Arguineguín, en Gran Canaria. Al final de las casas una pista de tierra, que poco más tarde da paso a una senda, asciende entre vinagreras, salvias, tabaibas, jaguarzos, escobones, guaydiles, tajinastes, etc. por la ladera derecha del barranco hasta las inmediaciones de la presa de Las Niñas. En este trayecto, incluso durante el estío, una cascada de agua salva el desnivel que constituye una pared rocosa adornada de múltiples cuevas y recovecos.

 

11051846_905939232805096_642668860509775877_nAl llegar a la altura de la presa nos adentramos en el pinar de la reserva natural de Inagua. Seguimos subiendo hasta la Cruz de las Huesitas, como hemos hecho otras veces, pero ahora en lugar de ir hacia el oeste, nos dirigimos en sentido opuesto, hacia el centro de la isla. La vereda sigue subiendo y dejamos a la izquierda el Morro de Pajonales, uno de tantos que destacan a lo largo de la crestería del Macizo de Inagua, Ojeda y Pajonales. También resulta interesante la panorámica de la vertiente norte de esta hilera montañosa, y los barrancos que se abren hacia el fondo de la Caldera de Tejeda, como el de Siberio, el de Los Cofres, del Juncal y del Chorrillo, con caseríos diseminados por sus dominios, a pesar de su apariencia salvaje y poco domesticable, con paredones recortados que se desploman verticalmente.

 

10462337_905938132805206_5415163391864147185_nEl punto más elevado por el que transitaremos a lo largo de esta rocosa cresta se encuentra en el Lomo de Los Almaceres, regalándonos espectaculares vistas en todas direcciones y, además sobre vertiginosas laderas, sobre todo la que se hunde en el fondo del Barranco de Ayacata.

 

Hacia el sur, es precisamente este tajo de grandes dimensiones el que surge bajo los riscos de Ayacata, extendiéndose y ensanchándose hasta dar lugar al Barranco de Arguineguín aguas abajo.

 

17388_905940382804981_2289865195416904324_nEl camino ha ganado una altura suficiente, aproximándose a la cresta, el paisaje de las pendientes laderas pobladas de pinos, la distante carretera que forma un nota de discontinuidad sutil en estas vastas vertientes, la gran anchura del barranco y el corazón pétreo de la isla coronado por el Roque Nublo, al que nos vamos aproximando, forma una imagen imborrable, salvaje y desolada que no solo entra por los ojos, sino que también invade al caminante en cada aliento y en cada paso dado por el sendero, el cual ya es un sube y baja por esta espectacular cresta, hasta el destino, bajo los Riscos de Chimirique, a las puertas de ese mundo de pura y cruda roca que impera en la parte central de la isla.

 

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Texto y fotos de Salvador González Escovar.

Esta ruta senderista parte del embalse del Mulato, situado en la vaguada del barranco homónimo, en la falda sur de la Montaña Sándara, y se encamina al vistoso arco geológico de Veneguera, ubicado sobre la cabecera del Barranco de Veneguera, y transitando casi siempre entre abiertos y maduros pinares.

 

12369113_1048550338543984_3152703015868852302_nDespués de dejar atrás la presa y atravesar el Barranco de La Palma Amarilla, nos dirigimos a los extensos Llanos de Ojeda y Los Quemados, y atravesándolos hacia el sur repentinamente se precipitan sobre el abismo formando los espectaculares Andenes de Veneguera, bajo el Roque Pernal como cima dominante de esta altiplanicie.

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El Arco de Veneguera destaca en la parte superior del precipicio, un poco por debajo de los cortados superiores, siendo por tanto difícil llegar hasta él.

 

El borde del acantilado ofrece unas vistas extasiantes de los barrancos de Mogán y de Veneguera desde lo alto, además de las recortadas siluetas de las montañas del Macizo del Suroeste, entre las que sobresale la cúspide de Adlobas como punto culminante de todas esas agrestes crestas.

 

217384_149869345078759_7707449_nLa destacable Montaña de Tauro cierra el Barranco de Mogán por su vertiente oriental, mientras al oeste La Montaña de Ojeda se eleva vertiginosamente sobre los Azulejos. Aún más allá de ella se adivinan las elevaciones de Pajarito y Horgazales, perfilando la vertiente del Valle de La Aldea que limita con el Macizo de Guiguí.

INAGUA, OJEDA Y PAJONALES

1 noviembre, 2016

INAGUA

INAGUA, OJEDA Y PAJONALES

Texto y fotos de Salvador González Escovar.

Los montes de Inagua, Ojeda y Pajonales constituyen uno de los pinares naturales mejor conservados de Gran Canaria. Esto unido al hecho de albergar varias cabeceras de barrancos importantes (Mulato, Mogán, Veneguera, Tasarte, Siverio…), le confiere un papel fundamental en la recarga hídrica subterránea y la conservación del suelo. La flora se compone de varios endemismos amenazados, algunos de los cuales tienen aquí sus mejores poblaciones como la especie de jarilla de Inagua y la de turnero peludo.

Esta zona está constituida por materiales del antiguo edificio en escudo que ocupó esta parte de la isla por lo que posee gran interés científico, geológico y geomorfológico además de conformar un paisaje de gran espectacularidad.

Este alargado macizo se extiende desde los Riscos de Chimirique, a los pies del Macizo del Roque Nublo en el centro de la isla, hasta la Montaña de Inagua, sobre el Valle de La Aldea de San Nicolás, en el oeste.

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Los puntos culminantes de este antiguo macizo desplegado en la dirección este-oeste forman una divisoria de aguas entre la cuenca Tejeda-La Aldea, orientada al norte y al oeste, y la de Arguineguín, Mogán y Veneguera, que vierten sus aguas al suroeste. La alineación montañosa está formada por una serie de morros o domos fonolíticos, testigos de las formaciones geológicas más antiguas de la isla y que no han sido rejuvenecidas por erupciones recientes. Así, de este a oeste, el Morro de Pajonales, el de La Negra, la Montaña de Sándara (altura máxima del macizo, 1.583 m.s.n.m.), Montañas de las Yescas, de Las Monjas, de Ojeda y la de Inagua, son los puntos culminantes del desmantelado macizo.

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El paisaje y vegetación de la Reserva Natural Integral de Inagua están marcados por la presencia de extensos bosques de pino canario, bosque poco denso y de carácter abierto pero sumamente maduro que alberga algunas especies de flora y fauna amenazadas. El sotobosque ligado a este pinar varía de unas zonas a otras en función de la humedad y altitud. En cotas bajas predomina la tabaiba amarga, el tajinaste y el mato risco. En zonas altas aparece la jara, el codeso, la retama, el escobón y el jaguarzo. En los riscos sobreviven plantas rupícolas como el cardoncillo, la cruzadilla, magarzas, cerrajones y diversas especies de bejeques.

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Especial mención merecen también los palmerales presentes en el Barranco del Pino Gordo y saucedas en los barrancos más húmedos: Barranco de Lina al norte y Barranco de Mulato al sur.

Entre la avifauna, destaca el pinzón azul, que encentra aquí uno de sus últimos refugios insulares, el alcaudón, mosquitero, canario, herrerillo, cernícalo, aguililla y el pájaro carpintero o picapinos, que aprovecha frecuentemente los pinos más viejos para establecer sus nidos.

Desde el punto de vista arqueológico, la zona tiene su importancia por encontrarse lugares de trabajo y extracción de madera, como la producción de carbón vegetal o la obtención de «brea» mediante hornos ubicados en el mismo pinar, además de lugares de enterramiento, o almogarenes asociados a rituales culturales, religiosos y astronómicos.

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Numerosos senderos permiten recorrer este espacio protegido, como el que asciende a la Montaña de Inagua, de 1.426 metros de altura, en el extremo oeste de la cordillera, pasando previamente por la amesetada Montaña de Ojeda, y que ofrece unas magníficas vistas de los barrancos del suroeste de Gran Canaria, del Macizo de Güi-güí, de la Montaña de Altavista, Tamadaba y de la Cuenca de Tejeda.

Otros senderos transitan tanto por la cara norte de la hilera montañosa, vertiente agreste, escarpada y salvaje, la cual se hunde en el fondo del Barranco del Juncal y de Siverio, como por la ladera sur, repleta de viejos pinares con extasiantes panorámicas sobre los puntiagudos escarpes de los Barrancos de Mogán, Veneguera y Tasarte, amén de la Montaña de Tauro.

Una pista de tierra nos acerca bastante a la cima de la Montaña de Sándara o Alsándara, el punto culminante de todo el macizo.

Los embalses del Mulato y de la Cueva de Las Niñas, en una de las laderas del Barranco de Ayacata rompen la monotonía del pinar y atraen a una fauna diferente.

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Al vistoso Morro de Pajonales se puede ir desde las cercanías de la Presa Cueva de Las Niñas, ascendiendo hasta la cresta norte del Barranco de Ayacata, lo que permite contemplar la belleza y los cortados de la vertiente norte del macizo y del interior de la descarnada Caldera de Tejeda, con el Roque Bentayga y el Nublo coronando el paisaje. Si se continúa cresteando hacia el centro de la isla se alcanza la base de los verticales paredones de los Riscos de Chimirique, disfrutando de abrumadoras vistas de ambas vertientes de este macizo que parece la larga espina dorsal que arruga el oeste insular.